LA MUJER DE LA PISTOLA DE ORO

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    31st October 2024 | 2 Views | 0 Likes

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    Barnick corrió a donde se encontraba Harold, quien tenía el coche encendido y listo para largarse si las cosas se ponían complicadas en el intercambió. Viendo a su jefe correr a donde él se encontraba mientras gritaba:

    ” ¡Harold, abre la puerta y arranca, nos vamos!” Harold no perdió tiempo y apretó el acelerador, que Barnick se jodiera, no pensaba quedarse allí ni un solo minuto esperando a que el imbecil de su patrón abriera la puerta y se metiera mientras el tirador convertía el presidencial en queso gruyette.

    “¡Harold, eres un maldito cabrón!” Gritó Barnick al verlo huir de manera tan cobarde, dejandolo solo.

    Apuntandole con su revolver de color dorado, aquella misteriosa silueta femenina, disparó dandole en el hombro a Harold mientras seguía en pleno movimiento. Largando un grito, Harold se sostuvo el hombro sangrante mientras continuaba conduciendo. Podía sentir como el calido liquido rojo iba cubriendo de poco en poco su hombro, siguiendo por su brazo hasta caer en la negra palanca de velocidades, que poseía unas lineas blancas en el centro que le indicaban al conductor los movimientos que debía hacer para poder conducir aquel coche. 

    A pesar de encontrarse herido, Harold intentó continuar conduciendo cuando, repentinamente, otro tirador apareció de la nada y vació el cargador de su ametralladora Tommygun sobre el parabrisas del Presidencial junto al pecho del conductor. Perdiendo el conocimiento debido al fuerte dolor que sentía, Harold inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyandose sobre el volante, y perdió el control del coche. El presidencial aceleró la marcha mientras daba vueltas en zigzag, solo para caer al agua a los pocos minutos, creando un fuerte sonido al zambullirse en aquel liquido oscuro que rodeaba el puerto.

    Viendo al presidencial flotar por el agua antes de que se terminara de hundir bajo el agua, Barnick sintió un fuerte temor recorrer su cuerpo junto a un instinto primal de supervivencia que lo obligaba a buscar una salida.

    “¡Señor Barnick!” exclamó Fred acercandose a él, mientras miraba con horror a sus alrededores. “Señor Barnick, tiene que salir de aquí” Le informó Fred llevandolo a un sitio seguro, los sonidos de los disparos comenzaron a oirse nuevamente, por lo que debieron de correr a donde se encontraban los enormes contenedores ubicados no muy lejos de donde ellos se encontraban.

    “Eso lo sé, Fred” Le contestó Barnick mientras corría por su vida, sintiendo como una bala casi le raspa la oreja. Colocandose detras de un contenedor de color rojo que se hallaba cerca, continuó: “Pero no tengo la menor idea de como poder salir de aquí sin que me maten”

    “Hay una salida por aquí cerca” Le informó Fred viendo a aquella silueta acercarse lentamente. “Se encuentra cerca de donde finaliza la zona de los contenedores” Sacando una pistola que se ubicaba en la parte trasera de su pantalón, le indicó “Trataré de distraer su atención, usted corra cuando se lo indique ¿De acuerdo?”

    “No tienes que decirmelo dos veces” asintió Barnick con un tono de voz agudo y chillón, claramente estaba aterrado pero no quería que su sub alterno lo supiese

    “Bien, entonces… ¡Corra!” Exclamó Fred comenzando a disparar, cubriendo la retirada de Barnick.

    Y por supuesto que corrió, Barnick corrió como nunca antes creyó que podría correr en toda su vida, mientras sentía como la adrenalina recorría cada parte de su cuerpo,  se preguntó a sí mismo quien podría estar atacandolos. Claramente no era la D.E.A, tampoco eran el escuadron anti narcoticos de la ciudad de Nueva York y mucho menos unos polis que iban de vigilantes, no, quien les estaba atacando era un profesional. ¿Acaso una banda rival? Podría ser, pero no estaba del todo seguro.

    Fred no podía ver con clarida su objetivo debido a que este se ocultaba entre las sombras. Aun así le pareció ver a otros dos acercarse a donde él se encontraba. Compreniendo que lo estaban acorralando, decidió retirarse a donde se ubicaba un cercano barco de carga que estaba encallado.

    Aquella silueta lo vio escapar a donde estaba el barco y, esbozando una sonrisa, le apuntó a la pierna. Estaba oscuro y su blanco se encontraba en movimiento, sin embargo, al disparar logró derribar a su presa.

    Aquello era imposible, nadie podía ser tan bueno. El penetrante dolor le impedía pensar o recordar siquiera a alguien que fuese así de bueno, también le impedía poder ponerse de pie. Tratando de incorporarse, sin mucho exito, apuntó con su revolver a la oscura silueta que se acercaba a donde él se encontraba. Al principio se le hizo demasiado difusa debido a que su vista se volvía borrosa, pero conforme aquella silueta avanzaba,   su imagen se iba volviendo más clara. Cuando creyó tenerla en la mira, se oyó un disparo provenir de su arma dorada que dio en su hombro. Fred largó un grito mientras soltaba su revolver y se acostaba en el suelo, sujetandose su herida con su mano izquierda.  La calida sangre manchaba su temblorosa mano, sintiendo un frío a causa del shock penetrar su cuerpo, Fred finalmente pudo ver a su enemiga.

    Era una muchacha muy joven, posiblemente de unos diecinueve o veinte años, de abundante cabello dorado corto que le llegaba hasta donde el cuello de su camisa blanca comenzaba. Una corbata roja junto a un saco negro y unos pantalones de vestir del mismo color componían su vestuario. Un sombrero negro con una franja roja, sus ojos azules reflejaban una frialdad espeluznante. Esbozando una maliciosa sonrisa, aquella mujer lo apuntó con su pistola dorada y sin mediar palabras, le disparó a la cabeza.

    Oyendo a su presa detenerse tras haber disparado, la mujer de la pistola de oro acentuó su sonrisa y continuó camino dispuesta a eleminar a su siguiente objetivo.

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